viernes, 15 de febrero de 2013

Noche de San Valentín

Ayer fue uno de esos días que preferiría olvidar. Todo comenzó cuando Juan me invitó a ir a un motel para festejar el 14F. La idea era cambiar de escenario, pasar la noche juntos en un lugar diferente, tirarnos unos hongos y encamarnos. Nada salió como lo planeamos.

Al llegar al motel, nos encontramos con una sorpresa desagradable: el precio por 8 horas era de 800 pesos. Apenas nos alcanzaba. Pero eso no fue lo peor, ya que nos informaron que por ser 14 de febrero, todas las habitaciones venían con un 'regalito' incluido, un vino Viña Real que, según ellos, tenía un valor adicional de 400 pesos. ¿En serio? Juan, como un típico idiota, no dijo nada y pagó full el precio, sin siquiera cuestionar la estafa.

Después de pagar, nos dijeron que el motel estaba lleno y nos dieron una habitación que no tenía estacionamiento propio. ¿Qué opción nos quedaba? Dejar las llaves del auto de la prima de Juan con el encargado. Primera alerta que no advertimos.

Subimos a la habitación y nos encontramos con una decoración miserable, en la cama había pétalos de rosa formando un corazón y un par de chocolates baratos. Tal vez intentaron darle un toque romántico, pero solo lograron que el lugar pareciera más decadente y triste. A Juan no le importó y siguió con sus planes de tener una 'buena' noche.

Nos tiramos unos hongos, fumamos un poco y empezamos a coger. En pleno acto, suena el teléfono. Contesto y del otro lado me dicen de manera agresiva: '¿Dónde están las llaves del auto? ¡Tienen que venir a dejarlas abajo!'. Le respondo que las dejamos con ellos y cuelgan sin decir nada más. En ese momento, Juan se preocupa por el auto y las llaves, pero lo calmo para seguir con nuestros 'planes'.

Unos minutos después, mientras estábamos en plena acción, yo montada sobre él, suenan golpes fuertes en la puerta. Pegué un brinco hasta el techo. Pensé lo peor, pero solo era para entregarnos el control de la televisión. ¡Otra vez interrumpidos! Ya no estaba disfrutando nada, solo quería huir de ese lugar. Mi estado de ánimo se arruinó y Juan, insensible, me dijo que no hiciera drama y me jaló para seguir clavándome.

Pero otra vez suena el teléfono. Esta vez, Juan contestó de mala gana y le preguntan si queríamos ordenar algo para la cena. ¿A quién le importa cenar en este momento? Yo solo quería terminar con esta pesadilla y salir de ahí pero Juan no estaba dispuesto a perder el dinero que pagó sin desquitarlo. Abrió la botella de Viña Real y se la tomó completa en dos o tres tragos.

Al final pasamos la mitad de la noche tirados en la cama, entre pétalos de rosas que se pegaban a la piel, escuchando completo el unplugged de Zoé, hasta que nos quedamos dormidos. Por la mañana Juan me despertó restregando su cuerpo en mi trasero y por fin pudimos coger, pero yo seguía con la sensación de que en ese lugar nos arruinaron la noche de San Valentín.