jueves, 17 de abril de 2014

Jeny

Todo el p... día quise venir a escribir, pero por x o y no pude. A esta hora voy en el autobús, escribiendo en el iPad con un señor junto a mí echando ojo a lo que escribo. Ni modo. Así es esto de los diarios.
Bueno, les cuento. Existe esta persona. Vamos a llamarla Jeny. La conocí recién y nos hicimos buenas amigas. Nos mandamos correos o Whatsapps durante el día y a veces hablamos largo rato por teléfono. El asunto es que últimamente ha estado actuando de una manera que no me gusta. Ejemplos: Manda mensaje 'Hola!" y si no le contesto de inmediato se molesta y manda mensajes reclamándome. Se ofende si le digo que no puedo comer o tomar el café con ella. 
Hace unos días le dije que no podía salir a restaurantes/antros todos los fines de semana porque no me alcanza el dinero, si acaso puedo una vez al mes y no siempre, y en lugar de ser comprensiva me estuvo jorobando el alma con que solo se vive una vez, el dinero va y viene, Dios proveerá, etc. En fin. Es rara.
Siempre se queja de que está gorda, que debería bajar de peso y cosas así. Un día estuvo duro y dale con eso, que la lonja asquerosa por aquí y por allá y se me ocurrió decirle que si tanto asco le daba su cuerpo que mejor lo sacara de su mente y dejara de hablar de eso. Error. Por la noche me mandó un mensaje sentidísimo diciendo que nunca pensó que me diera asco su cuerpo. Tuve que disculparme mil veces a pesar de que no lo dije en ese sentido.
Desde entonces dejó de hablar de su cuerpo y empezó a hablar del mío. Que si estoy muy flaca. Que casi no como. Que la anorexia es peligrosa, que me voy a morir. En fin. Fuimos a cenar hace unos días (le dije que no tenía dinero, pero insistió tanto que no me pude negar), ella pidió un corte de angus al no sé qué y yo una ensalada y delante de la mesera gritó ¡Sabía que ibas a pedir una ensalada! Y empezó a carcajearse buscando la complicidad de la mesera que solo le sonrió y se fue. Toda la cena fue regañarme por no comer, por correr en las mañanas (que hueva, según), por fumar hierba cuando estoy sola, por no salir más, etc. 
Como ya estaba un poco harta de que toda la plática fuera sobre mí le inventé que no me podía quedar hasta después de las 11 porque había quedado de verme con mi amigo Juan. Ay, mi madre, hagan de cuenta que estaba con mi marida. Se empezó a quejar de que la abandonaba para irme a fajar con un hombre, que el sexo es placer pasajero pero la amistad es para siempre, que no se vale ponerle horario a la amistad, etc. Total, que empezó a tomar vodka tras vodka y cada dos o tres tragos checaba el reloj y me decía "ya falta X tiempo para que te den tu revolcón" o cosas así. 
El caso es que cuando traen la cuenta me empiezo a despedir, pero como es de esos restaurantes que tienes que pagar en la caja pues allá vamos. Llegamos a la caja y le dice a la señorita "cobre la mitad a esta tarjeta" y se pone a hojear revistas y yo con el ojo cuadrado porque me comí una ensalada de 79 pesos y una naranjada natural sin azúcar que no sé cuanto costó pero no creo que más de 40 pesos, más propina lo mío eran como 150, pero la cuenta total era de 900 y tantos por todo lo que ella pidió. Así que con todo el dolor de mi alma saqué el billete de 500 (que es mi reserva para casos de emergencia) y le dije a la cajera que el cambio lo dejara de propina para la mesera, porque alguna vez fui mesera y sé las chingas que se lleva una.
Cuando salimos del restaurante le pedí al valet que llamara un taxi. Estábamos a dos cuadras de mi depa, pero Jeny vive a una media hora más o menos de ahí. Tiró indirectas de irse conmigo a casa de Juan pero me hice la que le habla la virgen. Cuando llegó el taxi le dije adiós con la mano y ya me iba pero ella se me acercó mucho y dijo "Que no te vas a despedir de mí?" y me tiró un beso que apenas logré esquivar.
Bueno, hasta acá te he contado puras cosas malas de ella y pensarán qué demonios me pasa por tener una amiga así, pero en realidad estar con ella es muy divertido. Es muy inteligente y súper ocurrente. Siempre tiene algo que contar, sabe de muchas cosas y conoce a mucha gente.
Y bueno, hoy por la mañana me habló para preguntarme mis planes para semana santa y le dije que iría a Veracruz a pasarla con mis padres y sorpresa: Decide en ese momento que también va a Veracruz. Me preguntó si podríamos vernos allá. Le dije que iba en plan tranqui, que en Vera no salgo mucho porque no quiero recaer en ondas que no me hacen bien, ni ver a gente que no me conviene, pero que no tenía plan ni nada mejor que hacer, así que podíamos ir a un café. Se ofendió porque le dije que no tenía nada mejor que hacer y me colgó. Bueeeenooo... Qué se le va ha hacer, pensé.
El asunto es que hace rato me mandó un mensaje avisando que ya está en Vera pero que no consigue hotel y quiere saber si se puede quedar conmigo en la casa de mis papás y ahora tengo que explicarle que yo voy en el bus, pero rumbo a Puebla, porque mis papás decidieron pasar la semana santa con los compadres en Cholula.

sábado, 12 de abril de 2014

Sansa, la abeja.

Algo terrible pasó hoy. Subí a la azotea del edificio a fumarme un porrito. O dos. Normalmente fumo mientras veo pasar los coches ahí abajo, pero como era temprano llevé el iPod, los audífonos y la increíble y triste historia de la cándida Erendira y su abuela desalmada.


El día estaba fresco y hermoso. Las flores primaverales brotaban de los árboles y los pájaros andaban felices, como en fiesta de pueblo. De verdad que este año la primavera le llegó con todo a los árboles de la calle.


Dejé el libro en la mesa y apenas encendí el primer porrito apareció una abeja. No temo a las abejas pero tampoco es onda que me anden rondando. La espanté con la mano una, dos, tres veces, pero estaba necia en zumbar cerca de mí. Cuando se detuvo en la mesa le eché una bocanada de humo para ahuyentarla pero en lugar de volar se quedó zumbando en su lugar.


Pensé que le había gustado y aprovechando que no se movía de ahí le eché dos fumarolas más. Huy! La hubieran visto. Caminaba de un lado a otro de lo más coqueta. Ya no volaba, ni me amenazaba.


¡Abejita linda, ya eres mi amiga! Sansa te llamaré, por pequeña, rubia y hermosa. Te leeré algo, guapa. Una historia hermosa que podrás contarle a tus hermanas abejas.


Tomé el libro y empecé a leer, con voz tierna y pausada, como si le leyera a un niño: "Eréndira estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su desgracia. La enorme mansión de argamasa lunar, extraviada en la soledad del desierto, se estremeció hasta los estribos con la primera embestida..."


No había terminado el primer párrafo cuando Sansa, la abeja, brincó de la mesa y se posó en mi hombro, quizá para escuchar mejor. El instinto me hizo reaccionar y en un rápido movimiento estrellé el libro contra su cuerpo diminuto.


Cayó al suelo lentamente, inmóvil, aplastada e inerte. Oh, Dios. Maté a mi amiga la abeja. Al menos se fue tranquila, pensé. Un toque en nombre de Sansa, la única abeja que mi amiga fue y que por error maté.

miércoles, 9 de abril de 2014

Examen final de Estadística

Quinto semestre de la carrera. Examen final de estadística aplicada a la comunicación. Mientras nos entregaba las hojas de prueba el profe nos advirtió que cuando termináramos debíamos esperar hasta que acabara el último porque quería que todos saliéramos del salón al mismo tiempo.

El examen lo hice en unos veinte minutos, no más. La verdad es que en ese tiempo se me daban bien los números. Saqué un libro de historia y me puse a estudiar para el siguiente examen. Alguien llegó y el maestro salió del salón. Mis compañeros se pusieron inquietos. Era la oportunidad para copiar.

- Valeria... ¡Pásame tu examen!

Obvio me hice la occisa, pero me empezaron a hostigar y amenazar. Les dije que no. Uno de ellos se paró y me lo arrebató. Maldición. Pensé que el maestro se daría cuenta y me reprobaría.

Rolaron mi examen por todo el salón. Los chicos borraban lo que habían escrito en sus hojas y copiaban a toda velocidad mis respuestas. Después pasaban mi examen al siguiente. El maestro se asomaba de cuando en cuando para checar que todo estuviera en orden. Estaba furiosa. Cuando terminaron me regresaron mis hojas todas arrugadas. Estaba al borde de las lágrimas. Pinches huevones.

Uno de los chicos le avisó al maestro que ya habíamos terminado y salimos del salón entregando las hojas de respuestas en la puerta. Tenía tanto coraje que estuve a punto de acusarlos, pero no quise pasarme el resto de la carrera siendo una recha.

Dos semanas después publicaron los resultados de los finales. La mitad del salón reprobó estadística. Eran dos exámenes diferentes y nadie se dio cuenta. El karma es cabrón. Jeje.

martes, 8 de abril de 2014

El último bus

Tarde en la noche. Espero el último bus de regreso a casa. Llega un señor a la parada. Se sienta junto a mí. Pasa de los sesenta años. Por el rabillo del ojo me doy cuenta que me está hablando. Me quito los audífonos. Me saluda otra vez. Conversamos del tiempo, la tecnología, los aparatos de música modernos y otras cosas. La plática deriva en cuestiones personales. Me cuenta que es viudo desde hace algún tiempo. No tiene hijos y se siente muy solo. Es un poco excéntrico. Cada vez que me mira siento que quiere penetrarme hasta el alma, pero en realidad parece inofensivo. La falda me cubre hasta las rodillas, justo donde tengo un raspón. Pregunta qué me pasó. Le digo que no es nada, solo un raspón que me hice en el deportivo. El viejo comenta que es una pena que no cuide mi piel tan linda. Sonrío incómoda. Sonríe también con dientes manchados de tabaco. Dice que le encantaría ver el resto de mis piernas. Me quedo callada y busco en la calle señales de mi bus. Nada. La conversación va de mal en peor. Empieza a hablar de sexo. Intento ignorar sus insinuaciones y hablo de otras cosas, pero él no se da por enterado. Tomo mi teléfono, lo activo y pretendo que hablo con un amigo. Pone su mano en la banca, muy cerca de la mía. Su dedo meñíque me acaricia. Retiro mi mano y lo miro con temor. Sonriendo con amabilidad, como si estuviera jugando, dice "De ti depende si lo haces fácil o difícil.". Me toma de la muñeca. Forcejeamos. Llega el bus que va hacia el centro. Me queda al otro lado de la ciudad pero la situación no está para ponerse chula. Intento safarme y me aprieta muy fuerte, lastimándome. Pateo su espinilla y cuando me suelta me trepo corriendo al bus que va vacío. Me siento cerca del chofer para que me ayude por si el viejo entra también. Por la ventana lo veo. Se ha quedado ahí. Me mira sonriendo mientras se soba la pierna. El autobus avanza de prisa por las calles vacías. Mi cuerpo tiembla de miedo. El chofer me mira por el espejo. Pregunta si estoy bien. Le digo que sí. ¿Qué te pasó en la rodilla? Una niña bonita como tú no debería...

sábado, 5 de abril de 2014

Palabras de consuelo

Era uno de esos días en que todo te sale mal. Me compré uno de naranja porque pensé que nadie podría estar triste con un helado de Roxy en la mano. A la primera lamida se cayó la bola de helado y desesperada me senté en una banca a llorar. El policía de la esquina se acercó y me dijo 'No llore, negrita. Nadie merece sus lágrimas. Además, con ese culo hombres no le han de faltar.'