miércoles, 6 de noviembre de 2013

Aquella tarde en el kiosko

Después de la última clase me reuní con los chicos a dos cuadras de la universidad. Estaban varios de la escuela de filosofía y letras, además de los del curso de artes. Era un grupo de fumadores pesados, de esos que vas conociendo en las fiestas y que terminan siendo como una hermandad porque tienes con ellos un vicio en común.

Muchos de estos chicos se hicieron inmunes al efecto de la hierba de tanto fumarla. Para ellos jalarle a un porrito es como respirar y siempre andan presumiendo que con la hierba trabajan mejor, estudian más, son más creativos y otras cosas por el estilo que terminas creyendo porque sientes que también te pasan a ti.

Caminamos a la parte alejada del parque, hasta donde está un kiosko abandonado. Nos sentamos en las escaleras y empezamos a fumar. El primer porrito se consumió rapidamente y encendimos el segundo casi automáticamente. Los chicos hablaban de esto y de aquello y no faltaba el que le mentaba la madre al gobierno y azuzaba a los demás para ir a alguna protesta.

Para cuando estábamos en el tercer porrito llegaron un par de desconocidos. Uno era rubio y el otro moreno. El rubio era un güero de rancho, de pelo color amarillo y piel desabrida. El moreno se parecía a Emiliano Zapata. No tenía el bigote pero sí los ojos hipnotizantes, negros, atractivos y profundos. Habían detectado el olor de la hierba y se acercaron tímidamente a preguntar si teníamos papel para enrollarse uno. No teníamos papel, pero uno de los chicos les ofreció una fumada y la aceptaron con gusto.

Pasó el tiempo, dos porritos más empezaron a circular y los desconocidos ya eran como parte de nuestro grupo. A diferencia de mis compañeros que se veían animados yo ya sentía los efectos de la hierba hasta en las uñas de los pies y no quería moverme de mi lugar pero me llegó la urgencia de hacer pis. Me levanté y caminé hacia los árboles más alejados. Cuando llegué me bajé los jeans y me puse en cunclillas. Sentí un alivio tremendo cuando empezó a correr el chorrito de pis pero también sentí un calorcito que me recorría desde la nuca hasta la espalda.

Giré la cabeza y me encontré a Zapata meando sobre mí. Me miraba con sus ojos negros profundos y solemnes. Quise moverme hacia un lado pero resbalé y caí sobre mi propia pis. Él dirigió su chorro hacia mí y cuando terminó me miró divertido, como un niño que ha hecho una travesura, se dio media vuelta y se fue sin decir nada.

Después de unos cinco minutos me levanté. Intenté comprender lo que había pasado pero mi cerebro iba lento así que lo dejé por la paz. Me limpié la cabeza con unas hojas secas que encontré en el suelo y regresé al kiosko. Nadie se había dado cuenta que me había ido así que cuando me vieron me preguntaron por qué tenía la ropa sucia y olía tan mal. No supe que decir así que no dije nada. Me senté en las escaleras y seguí fumando.


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