sábado, 28 de septiembre de 2013

Para Anita

Psst... Escucha con atención. Si no regreso en un par de días entrega este sobre a Ana. No lo abras. Ella sabrá que hacer con él. Ahora tengo que irme. ¡Chauuu!


viernes, 27 de septiembre de 2013

Morena


¿No que no?

Ligue de chat. Quiere conocerme. No estoy segura de atreverme pero fijamos cita para conocernos. Su auto, en el parque a tres cuadras de mi colegio. Llego. Veo el Tsuru rojo. Me tiembla hasta el calzón. ¿Lo hago o no lo hago? Me decido de último momento. Entro al auto. Ella me ve en uniforme y se saca de onda. Le suplico que nos vayamos de ahí. Muero de miedo. Maneja unos veinte minutos hasta otro parque. Las dos en silencio. Acepto que tengo menos de 20 años. Ella acepta que no tiene 22 (tenía 32). Le digo que al menos no la voy a violar. Se ríe. Me río. La veo bien. Delgada, blanca, cabello negro, ojos super lindos y senos que quieren reventar el escote. En mi mente pienso que con esta haría de todo. Ella me dice que le parezco muy linda y todo pero que no hará nada conmigo. No quiere ir a la cárcel. Dos meses después yo le decía ¿No que no?

jueves, 26 de septiembre de 2013

Día de pinta

Cuarto semestre de prepa. Mediodía. Me fugo del colegio con mi amiga. Vagamos un rato. Nos metemos al cine. En la sala hace mucho frío. Nos abrazamos. Comemos palomitas. Hasta aquí todo sin malicia. Se acaban las palomas y nos quedamos abrazadas. Nunca ha pasado algo entre nosotras. Ni por el pensamiento. Pero ahí estamos. Mi mano en sus piernas. Caricia inocente. No se mosquea. Caricia cachonda para ver si reacciona. No dice nada. Caricia más obvia. Se pone flojita. Los nervios a mil. Mano rumbo a la pepita. Abre las piernas. Me prendo. Caricias, caricias, caricias. Me voltea a ver. La beso. Me besa. Tengo obsesión con sus senos. Instintivamente quiero meter mano en su sostén. Me rechaza. Me indigno. Termina la peli. Chau. Cada quien a su casa. Nunca jamás se repitió, ni hablamos de lo que pasó ese día.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Valeria, la justiciera

Me pareció ver unos ojitos tristes. Busqué a mi alrededor y ahí estaban. Puse atención a la conversación y escuché algo que me dejó los pelos de punta. No se te pueden estar muriendo los parientes a cada rato. No podía ver la cara de la jefa, pero parecía furiosa. El chico intentaba decir algo pero ella no paraba de hablar.

Al final acordaron que el chico iría al funeral de su abuelo pero le descontarían el día y tendría que doblar turno la próxima semana sin goce de sueldo adicional. Los ojitos tristes se dieron cuenta que yo estaba atenta a lo que pasaba y su humillación fue peor.

Mientras la jefa daba su sermón el chico me veía y con la mirada me decía que no me preocupara, que todo estaba bien, que estaba acostumbrado al maltrato, pero yo en cambio lo miré con ojos de yo te apoyo, estoy contigo, y además le sonreí con una promesa: Si por un error de la naturaleza mueres antes de tiempo, regresaré para asumir el manto de la justicia y asegurarme de que esa nazi mexicana obtenga lo que se merece.

Creo que entendió el mensaje, porque en sus labios se dibujó una breve sonrisa. Me alegré pensando que algún día contaré a mis nietos la historia de este chico, para que conozcan los valores escenciales de la vida y crezcan fuertes, inteligentes y con una clara idea de lo que es respetar los sentimientos de las personas. Y ellos a su vez se asegurarán de que esa pestilente basura no tenga la más mínima esperanza de ser perdonada en las generaciones por venir.

Salí de la librería caminando con paso firme, convencida de que era capaz de cambiar el mundo para mejor. Llevaba prisa. Me urgía llegar a casa para empezar a hacer mi plan justiciero. Lo primero sería investigar el nombre de la mujer, su dirección, su horario, sus filias y fobias. ¡Tengo que poner todo esto por escrito! Me armé de valor, bajé las escaleras de la estación del metro y aguanté los pellizcos y toqueteos dentro del vagón hasta la estación La Salle.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Estragos del fin de semana


El viernes me atropellaron. Nada serio. Raspones y moretones. El tipo de auto se asustó y huyó. No lo culpo porque yo no andaba al 100, había fumado hierba, pero hubiera sido lindo que se detuviera para saber si yo estaba bien. Salí a comprar comida y cuando venía de regreso al depa no me fijé al cruzar una calle. No me arrolló, sino que dio un frenón y el auto me empujó. Fue más el susto que el golpe, la verdad. Como sea, el sábado corrí 10 km y por la tarde volví a fumar y como si nada. Eso sí, me quedé en casita y aproveché para chatear con algunos chicos del Face y del G+.

jueves, 19 de septiembre de 2013

¿Por qué nunca puedo ser feliz?

Este ha sido un día para el olvido. ¿Por qué demonios duele tanto? Hace algunos meses terminé con mi novio. Lo hice porque era celoso, cruel y posesivo, pero además porque durante el tiempo que estuvimos juntos me di cuenta que soy mucho más madura que él y en realidad nunca lo quise tanto como para soportar sus bobos dramas existenciales.

Al principio extrañaba el sexo y las salidas en pareja, pero no tardé mucho en enrollarme con otras personas y olvidarme completamente de él... hasta esta mañana en que cambió su estatus en el Facebook de soltero a "En una relación". Juro que no lo estaba espiando. No digo que no lo haya espiado antes, pero esta vez no fue a propósito. Miré algunas fotos de la nueva chica y la verdad es que no es la gran cosa. De hecho se ve medio boba, igual que él, pero ese no es el punto.

Estaba en el Starbucks y no me pude contener. Me quebré. Empecé a llorar y desde entonces mi día ha sido un completo infierno. No dejo de imaginarlo feliz con alguien más. No debí haber terminado con él. Era celoso y atolondrado, pero me quería y no andaba tonteando con otras chicas. ¡Dios, odio pensar que me equivoqué! ¿Por qué nunca puedo ser feliz? ¿Por qué nunca estoy satisfecha con lo que tengo? ¿Por qué será que cuando ya no es mío es cuando más lo deseo?

Estoy tan triste que he tenido que tirar un montón de pastillas para no tener la tentación de hacer una locura. Estoy tan triste que quisiera escribir poemas interminables que hablen del amor que siento por él. Estoy tan triste que hasta puse un CD de James Blunt. Estoy tan triste que quisiera pararme frente a su casa y gritarle te amo, idiota, se suponía que lucharías por mí y ahora me quedaré soltera para siempre.

Estoy tan triste que he subido a llorar a la azotea del edificio. No, no me voy a tirar desde el quinto piso, solo quiero fumarme un porrito y sentir el aire fresco sin que la gente me vea y me critique. Las escaleras, el moco y la tristeza me han dejado sin aliento. No puedo llorar más pero hago un esfuerzo y sollozo como alma en pena. Un par de gatos salen huyendo despavoridos.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La primera vez

Me preguntaron si había fumado antes y para no verme ñoña dije que sí. Me pasaron un porrito y lo empecé a fumar como si fuera un cigarro, pero sin inhalar el humo. Tenía catorce años, todos se burlaban de mí y yo no entendía por qué. Estábamos en una construcción abandonada. Uno de los chicos mayores me sentó sobre sus piernas y con paciencia me enseñó como se debe furmar la marihuana.

Cuando empezaba a inhalar el humo me decía "No pares, no pares.... ¡Métele el turbo!" Cuando ya no me cabía más humo en los pulmones me decía que lo retuviera ahí hasta que no aguantara más y entonces sí, lo dejara ir. Al quinto intento me empezó la risa estúpida y en algún momento el tiempo se hizo lento. Todos me miraban muy divertidos y yo me reía con ellos.

Los más experimentados estaban como si nada, pero yo sentía que un ojo se me iba a un lado y el otro ojo hacia el otro lado. Cuando empezó a oscurecer me dio algo de ansiedad y decidí que era hora de irme a casa. Uno de los chicos se ofreció a acompañarme. Quizá me vio en mal estado.

Íbamos caminando en la banqueta y yo sentía que la calle se estiraba como una liga. En algún momento pude verme a mí misma, con mi uniforme del colegio, arrastrando la bolsa de libros y el chico caminando junto mí. Me di cuenta que estaba totalmente drogada. Me entró pánico. Mamá se dará cuenta. Me preocupé mucho y empecé a llorar. Verme llorar me hizo reírme de mí misma, así que lloraba y reía al mismo tiempo. Una locura.

El chico dijo que era mejor esperar un rato a que se me pasara el efecto. Entró a una pequeña tienda y regresó con un bote de agua y una bolsa de papas fritas. Toma, para ti. Estaba tomando agua cuando se detuvo un auto junto a nosotros. Volteamos al mismo tiempo y vimos que era una patrulla. El chico me dijo "Quédate tranquila y no digas nada.". Las papitas crujían deliciosas en mi boca.

El policía preguntó qué hacíamos ahí, dónde vivíamos, cómo nos llamábamos, en qué escuela estudiábamos y no sé cuantas cosas más. El chico habló con él y el policía nos dejó ir porque le prometimos que ya no andaríamos vagando y que iríamos directo a casa.

El chico me acompañó dos cuadras más y después esperó en la esquina hasta que me vio entrar a mi casa. Mamá y papá estaban en la sala. Los saludé como si nada y me encerré en mi habitación. A media noche me desperté muerta de hambre. Juré que no lo volvería a hacer.

Al chico que me acompañó no lo volví a ver jamás. No supe quién era ni me acuerdo de su nombre. Pregunté por él a los chicos que estuvieron aquella tarde en la construcción pero nadie supo de quien hablaba. En el colegio corrió el rumor de que yo me metía a los terrenos baldíos a fumar marihuana y tener sexo con toda clase de chicos. Me dio rabia, pero no los desmentí porque los chicos mayores se fijaron en mí y me invitaban a las fiestas. Además, todos me veían con curiosidad y cierto respeto.

martes, 17 de septiembre de 2013

Fernanda

El fin de semana llegaron los chicos al apartamento. El plan era reunirnos todos ahí para después irnos a algún antro, pero mientras esperábamos a que llegaran los demás alguien puso musiquita rica, después alguien encendió un porrito, luego alguien más llegó con una botella de vodka y no faltó Pirli con sus pastillas y su polvito blanco. Total que entre una cosa y la otra todos nos olvidamos del antro y nos quedamos ahí.

Entre la gente que llegó había una chica de la carrera de diseño llamada Fernanda. La conocía, era linda y muy coqueta. Siempre andaba con el rabito paradito y una sonrisa encantadora. Coqueteaba conmigo, pero también con todo el mundo, así que no sabías si te quería ligar o simplemente era su manera de ser. Como sea, desde hacía algún tiempo Fernanda formaba parte de mis fantasías secretas y estaba en mi lista de gente con la que quiero coger.

La música, el porrito y el vodka acentuaron mi calentura y cuando tuve oportunidad me armé de valor y le dije a Fernanda, como si nada, como quien dice se me antoja un helado de Roxy, que estaba interesada en acostarme con una chica.

Tan pronto como lo solté me puse nerviosa. Estábamos sentadas en el sofá. Nuestras piernas se tocaban y mi piel estaba muy consciente de eso. Ella me empezó a preguntar si esto era algo nuevo y no sé qué tantas cosas más y en algún momento puso su mano en mi rodilla e inmediatamente yo puse mi mano sobre la suya y la empecé a acariciar. Estaba viviendo mi fantasía.

Se acercó para susurrar "Me gustas mucho" y después besó mi mejilla. La sangre se me fue a la cabeza, me puse muy roja y sentía la cara muy caliente. Estaba súper nerviosa porque había mucha gente en el apartamento. Tomé un largo trago de vodka para calmarme y llenarme de confianza, la besé largamente en los labios y después la cogí de la mano y la llevé conmigo hasta la habitación.

lunes, 16 de septiembre de 2013

La venganza

Me despierta papá. Quiere las llaves del auto. Me quedo cinco minutos más en la cama. Estos días en el colegio han sido extenuantes. Hace mucho calor. Estoy sudando. La vejiga llena me obliga a levantarme para ir al baño. Me meto desnuda a la ducha. Abro la llave de la regadera y hago pis parada frente al chorro de agua. Placer de dioses.

Veo como se junta el líquido amarillo con el agua corriente y se me ocurre que debería proponerle a Ana que me haga una lluvia dorada. Se reirá y dirá que estoy loca, como siempre, pero estoy segura que aceptará. Cuando sale el último chorrito me doy cuenta que debo dejar esa idea en paz porque terminaré más caliente que un rinoceronte en celo.

Termino de ducharme. Me pongo ropa fresca y salgo a buscar a mis padres. No encuentro a nadie en la sala ni en la cocina. ¿Mamá? ¿Papá? Nada. No hay señales de vida en toda la casa. Deben estar en misa de doce. Es mi oportunidad.

Mi hermano mayor lleva días tramando algo. En realidad siempre ha sido un idiota pero ahora anda más raro que de costumbre. Me mira de manera sospechosa y hace comentarios fuera de lugar, como anoche que les estaba contando sobre Ana, la "maestra" que me da clases privadas de español y de la nada preguntó "¿Es tu maestra o tu novia?". Mamá le dio un zape y le ordenó que no dijera estupideces, pero internamente se encendieron foquitos de alarma. Es como si alguien le estuviera contando cosas de mí. Necesito saber qué pasa y tener armas para defenderme.

Voy a su habitación y enciendo la computadora. No hay nada. Sólo cosas del colegio. Reviso su clóset, sus cajones, su ropa, sus zapatos. Encuentro billetes enrollados en una bota, pero nada más, ni siquiera una revista porno. Demonios. Nadie puede ser tan santo. Levanto el colchón de la cama y encuentro dos cuadernos de mi diario. Me quiero morir. Maldito infeliz. Mi sangre hierve y tiemblo de coraje. Esto es guerra. Mi mente empieza a trabajar a toda máquina. Debo vengarme. ¿Cómo? Me queda menos de media hora para hacer algo.

Regreso a su computadora y lo suscribo a un sitio gay con su nombre real, su foto, su perfil de Facebook y de paso incluyo el teléfono de la casa. Aprovecho y borro todos sus documentos de la escuela. Voy bien, pero no es suficiente. Necesito que alguien le patee el trasero. Cuando estoy borrando la última carpeta llega una solicitud de amistad al Facebook. ¡Tiene la sesión abierta!

Busco entre sus amigos y encuentro a Karen. Le escribo: Tienes el mejor culo de esta ciudad, lástima que tu novio sea un zopenco. Llámame si quieres estar con un hombre de verdad. L. Torres. Siguen llegando solicitudes de amistad a su Facebook. Quizá son las del sitio gay. Jeje. Las acepto todas.

Voy hasta la cocina y encuentro un pescado enorme en el congelador. Lo llevo a su habitación y lo escondo debajo del colchón, donde estaban mis cuadernos. Mañana este lugar olerá a meados de satanás. Antes de que lleguen junto todos los álbumes de fotos familiares en mi habitación. Esta noche destruiré toda evidencia de la niñez de ese bastardo.

Aún quedan unos minutos. Me siento en silencio a meditar. Todo esto apenas ha sido la declaración de guerra. Cuando mamá se entere seguramente me castigará. Necesito un plan de largo plazo, algo que no me incrimine. Y entonces me llegó la idea como en una revelación divina: ¡Los chocolates! Voy hasta su clóset, busco entre sus zapatos y saco unos cuantos billetes del escondite.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Después del rave

Saliendo de la estación del metro todavía tenemos que caminar varias cuadras para llegar a la casa de Juan. Vamos a buen ritmo a pesar de la lluvia. Cuando llegamos al parque se sienta en la banqueta y dice que no puede más. Se siente mal. Normalmente soy yo la que se queja, pero esta vez, además de la hierba se metió una tacha y tomó ron con coca cola. Hace mucho frío.

Con las manos dentro del abrigo le digo que es tarde y debemos continuar. No quiere. Dice que lo deje ahí. Se siente mareado. Empieza a vomitar. Ok... ok... dejalo salir, después te sentirás mejor. Cuando termina se tumba en el suelo, sobre su propio vomito y no se mueve. Es un asco. Intento levantarlo pero pesa mucho y no reacciona. Lloro, le hablo y le pido que se levante. Empieza a roncar. La lluvia arrecia. A la mierda con esto. Yo me voy de aquí.

Camino unos quince minutos hasta llegar a su casa. Vive en una pequeña construcción de techo de lámina, con dos habitaciones, un baño y una cocina tan chica que parece de juguete. Golpeo la puerta una y otra vez hasta que el hermano de Juan se despierta y pregunta quién es. Le digo que soy yo para que abra la puerta. ¿Y Juan? Se ha quedado con una chica. ¿Puedo dormir aquí? Cierra la puerta y empieza la rutina de cuando estamos solos. Quiere a meterme mano. Me defiendo con fuerza y le digo que si no me deja en paz lo acusaré con su hermano. Me mira desafiante y se va. Siempre es lo mismo con él.

Voy a la habitación de Juan. Me tiro en la cama sin quitarme la ropa mojada. Estoy exhausta. El frío me ha calado hasta los huesos. Intento dormir pero la virgen sonriente en la pared, el frío y la imagen de Juan tirado en la banqueta me obligan a levantarme. Regreso con una botella de agua hasta el parque donde se quedó tirado. Lo encuentro tal y como lo dejé. A las mil logro despertarlo. Bebe el agua como si fuera un náufrago de días. Quiere saber donde estamos. Le explico la situación y con gran esfuerzo lo llevo hasta la casa.

Nadamás entrar se tira en su cama y se queda dormido. Ronca como trailer bajando la velocidad. Se acomodó con el cuerpo cruzado en el colchón. Intento hacerme espacio pero apenas consigo moverlo unos cuantos centimetros. Huele a sudor y vomito. Intento quitarle la ropa pero no reacciona. La virgen en la pared sonríe divertida. Considero mis opciones. El piso está helado. Demonios. Voy a la habitación de su hermano. Cuando entro levanta la cabeza de la almohada y me mira sorprendido. Lo pienso dos segundos más. Cierro la puerta para que no haya luz. Me quito la ropa húmeda y me meto a la cama con él.

sábado, 14 de septiembre de 2013

En el bus


¡Vengan esos 10!


Debería declararme lesbiana

El flaco de la fiesta me pregunta si quiero acompañarlo a conseguir más tequila y la verdad es que sí quiero. Va a buscar las llaves de su auto y avisa a los demás que vamos a salir. Me doy cuenta que hace un guiño de complicidad a uno de sus amigos. Bah. Que piensen lo que quieran.

Cuando llegamos hasta su auto me toma por la cintura haciéndome girar, me empuja contra la pared y me da un beso seco y rápido en los labios, como para ver mi reacción. Me siento como en una película y pienso que seguramente la protagonista estaría dispuesta a la aventura, así que yo por que no. Le devuelvo el beso y empieza a besarme con pasión. O bueno, a llenarme de saliva toda la cara. Abre y cierra la boca una y otra vez, como un pez desesperado que intenta respirar. Es asqueroso.

Me quedo quieta, con el ceño fruncido y cara de qué demonios haces pero él no se da por enterado. Me agarra muy fuerte las nalgas y levanta la falda hasta la cintura. Intento bajarla pero él insiste y entramos en un sube y baja que bien podría durar toda la noche. Deja de lamerme la cara un momento para decir con vocecita infantil Quiero hacerte el amor. Suelto la carcajada porque además de ser pésimo besador me parece ridículo que hable de sexo con voz de niño.

- ¿No íbamos a comprar tequila?
- Sí, sí. Después vamos por el tequila. Ahora quiero cogerte. ¿No ves que me tienes loco?
- Ya estabas loco desde antes. ¿Y dónde lo vamos a hacer? ¿Aquí en la calle?
- No. En la calle no. En mi auto.
- Hmm... ¿Tienes condones?
- ¡Sí!

No sé si es por todo el alcohol que he tomado o porque soy muy caliente pero me parece que no es mala idea. Hace mucho tiempo que no tengo sexo y la soledad en esta ciudad me está matando. Además, me imagino esos lengüetazos en la raja y creo que será algo maravilloso.

Entramos al asiento trasero del auto y sin perder tiempo se monta sobre mi. Me lame la cara otros cinco minutos. Maldición. Abro el escote de la blusa para dejar mis senos al aire esperando que baje a jugar con ellos pero apenas los voltea a ver. No aguanto más. Le pido que me bese la raja. Me mira con sonrisa picara. Baja lentamente y cuando llega a mi cintura me da dos besos rápidos en el pubis. Después se levanta, se baja el pantalón y empieza a ponerse el condón. Le pregunto qué pasa y dice que él no es de los que chupan la raja. ¡Pero qué demonios!

Se monta de nuevo sobre mí, me penetra y empieza un monólogo con su vocecita infantil. Desde qué te vi supe que serías mía. Los extraterrestres no me lo van a creer. Tus nalgas. Tus piernas. Tu manera de moverte. Tu piel morena. Si te encuentran te llevan con ellos. ¿Eso te gustaría? ¿Irte con ellos? Seguro que sí...

Mientras tanto yo, ahí abajo, no siento nada. Bueno sí siento algo: Incomodidad. Tengo el cuello chueco, las piernas en el techo del auto y todo su peso sobre mí. Además tengo rabia porque deseaba sentir su lengua en la raja. Habla de extraterrestres pero no es más que un hombre de la edad de piedra. Al menos hubiera dejado que yo se la chupara. ¡Demonios! En estos momentos es cuando pienso que sería mejor declararme completamente lesbiana.

Cuando por fin termina deja caer su cuerpo sobre el mío. Se queda en silencio y yo no sé que decir. Lo empujo pero no se mueve ni dice nada. Después de un par de minutos me libera de su peso y aprovecho para sentarme y arreglarme la ropa. Hace mucho calor dentro del auto y estoy sedienta. ¿Vamos por el tequila? Ahora cambia de opinión. Es tarde y hay alcoholímetros por todas partes. Maldición. ¡Lo prometiste! Lo quiero matar.

Intento salir del auto pero me detiene. Iniciamos un forcejeo que interrumpe la chica de cabello marrón que antes me había dicho que estaba tomando mucho. No sé de donde salió. Tiene la cabeza metida en el auto y pregunta qué pasa. Él dice que estamos jugando y yo digo que yo sólo quería más tequila, pero ahora sólo quiero ir a casa. Estoy muy mareada, pero sobre todo estoy furiosa y si no lo alejan de mí capaz que lo mato.

El chico dice que él me llevará a casa pero ella lo manda a volar, llama a la central de taxis y se ofrece a quedarse conmigo hasta que llegue el auto. ¿Cómo te llamas? -Valeria. ¿Tu? -Yo soy T. Después pregunta que tan lejos vivo y le digo que no sé. Tengo la mente en blanco. ¿En el norte o el sur de la ciudad? Ni idea. Hace un repaso de las delegaciones. ¿Coyoacán? No. ¿Juárez? Hmm… No. ¿Cuauhtémoc? No. ¿En qué calle vives? Hmm… ¡No sé! ¿Algún amigo que venga por ti? Noup.

Está molesta. Lo sé. Lo siento en su voz. Llega el taxi y se sube conmigo. Le da una dirección al chofer y mientras avanza llama por teléfono a alguien y le explica la situación. Me duermo triste apoyando la cabeza en el cristal de la puerta. Cuando llegamos a su casa nos recibe su mamá, la señora T. Es una mujer muy rubia, de ojos claros y sonrisa amable. Nunca antes había conocido a alguien tan elegante y alegre como ella. Mientras me sirve un caldo bien caliente me pregunta cómo es posible que no sepa donde vivo.

El caldo, además de caliente está muy picante. Cómetelo todo. Le caerá bien al estómago. Dos cucharadas y empiezo a hablar como tarabilla. Hablo de mis padres, el castigo, mi llegada al DF, la pensión, la universidad, la Bruja Dos, las patas de pollo, el tipo que me persiguió porque el carrito de compras del supermercado golpeó su auto deportivo, el remordimiento por haber estado leyendo a Saramago en lugar de estudiar para el examen de lenguaje, la minifalda para la fiesta que no era fiesta, el tequila, la soledad, las lamidas en la cara y todos los demás horrores que me pasan últimamente.

Las dos, la chica de cabello marrón y su mamá, ya no están preocupadas por mí, ahora parecen muy divertidas escuchando mi historia y hacen preguntas de esto y de aquello. Siento una chispa de alegría al ver sus rostros iluminados y sonrientes. Como cuando ves por primera vez una película de Disney. En ese momento recuerdo la dirección de la pensión pero me hago la loca. Hacía días que no comía tan rico y estas personas me hacen sentir bien.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Todo lo que somos...

Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado; está fundado en nuestros pensamientos y está hecho de nuestros pensamientos. - Buda.

La fiesta

Llego vestida de antro a una fiesta que no es fiesta. Es una pequeña reunión casera. Diez o doce personas máximo. Maldición. Esta mañana, en la universidad, me abordó un chico para invitarme a una fiesta. Y aquí estoy, y él no está, y apenas llegué y ya quiero salir huyendo.

Pasé horas de angustia pensando qué ponerme hasta que una chica de la pensión me prestó algo de ropa. La minifalda negra apenas me cubre el trasero y estoy segura que el escote de la blusa debe estar prohibido en algunos países. Parezco puta de mercado. En la oscuridad del antro y entre tanta gente nadie lo notará. -me dijo. De noche todos los gatos son pardos ¿O no?. Pues no. Ni está oscuro, ni es un antro. Es una casa de familia y todos los gatos me miran a mí. Demonios. Es incómodo.

Los últimos días han sido terribles. No conozco a nadie en esta ciudad. Vivo en una casa miserable con gente horrible que come caldo de patas de pollo. Para poder venir a la "fiesta" tuve que escapar por una ventana de la habitación porque la señora de la casa, mejor conocida como 'Bruja Dos' -la Uno es mi mamá-, ha prohibido las salidas después de las nueve de la noche.

Lo más jodido es que el taxi que me trajo hasta acá cobró una pequeña fortuna y me ha dejado sin dinero. Seguramente se dio cuenta que soy de provincia. - ¿Por dónde me voy, señorita? ¡Y yo cómo demonios voy a saber!

Bueno, ya estoy aquí. Es la oportunidad de hacer amigos. A eso vine ¿No? Saludo a todos con una sonrisa mientras me siento en un lugar apartado intentando controlar los nervios. En el sillón encuentro un pequeño cojín rojo que utilizo para taparme las piernas, pero también como escudo para ocultar las inseguridades.

Tan pronto como reanudan la plática me doy cuenta que papá sería feliz con estos chicos. Hablan de libros antiguos y sus autores antiguos mientras toman vino caro y fuman como si en eso les fuera la vida. De todas las fiestas que hay este fin de semana me invitaron a la más aburrida. Un chico me ofrece algo de tomar y entre las opciones elijo el tequila. Necesito algo fuerte para relajarme. Son las 10:40.

A las 11:20 ya he tomado ocho tequilas. Una chica muy delgada, de ojos grandes y cabello marrón se acerca con una sonrisa en los labios. Me pregunta si me siento bien. Cualquiera diría que te quieres acabar todo el alcohol antes de que termine la noche. Su comentario me parece ofensivo. Le contesto de mala manera que allá de donde vengo la gente toma mucho alcohol, así que estoy acostumbrada.

Mi actitud no le gusta. Su sonrisa desaparece. Se queda con cara de que tenía planeado decir algo más pero ya no se atreve. Se da media vuelta y se va al comedor donde está un grupo de chicos. Quizá fui un poco grosera con ella.

Antes de media hora ya estoy borracha como una cuba. Debe ser por la altura de la ciudad. El aparato de música toca una canción que conozco. ¡Suede! Voy hasta el parlante, me quito los tacones y me pongo a bailar. Nada muy llamativo, solo un pequeño movimiento de cadera al ritmo de la música, mientras tarareo... "Oh, here they come, the beautiful ones, the beautiful ones... la, la, la, la..."

Cuando acaba la canción voy a la cocina por otro tequila pero no encuentro por ningún lado la botella. Dicen que se acabó. Es sospechoso. Creo que la escondieron. Me doy cuenta de que cuando hablo todos se quedan callados y me observan como a un bicho raro. Me siento mal. En lugar de estar haciendo amigos estoy haciendo el ridículo.

Voy a las escaleras que van al segundo piso. Subo dos o tres escalones y me siento a observar los grupos de gente que hay aquí y allá. Al primer chico que pasa frente a mí le pregunto si me puede conseguir un vodka. Ya no hay. ¿Whisky? Tampoco. ¿Seguro que ya no hay tequila? Escucho risas y una frase que termina con “…la Chupitos” Todos ríen. ¿De mí? No lo sé, pero verlos reír me hace gracia y río con ellos.

Un chico joven al que le dicen el flaco me mira insistentemente desde su lugar. Habla con sus amigos pero no deja de verme. Es obvio que quiere algo conmigo. Le sonrío y se anima. Viene a sentarse en la escalera, junto a mí. El cabello engominado y la ropa impecable le dan aspecto pulcro. Además huele bien. Se ve que dedica tiempo a su imagen. Eso me gusta.

Extiende la mano para ofrecerme su copa de tinto. La acepto gustosa y me la tomo de un tirón. Antes de decirme su nombre o querer saber el mío me pregunta qué hay con el piercing que traigo en el labio. Le digo que no hay nada interesante en esa historia. Lo quería y me lo puse. Es todo.

El flaco dice que él sí tiene una historia interesante para contar. Con voz pausada me cuenta que seres de otro planeta le enseñaron a convertir el agua de mar en combustible y ahora tiene que esconderse porque agentes del gobierno lo buscan para eliminarlo. Lo observo mientras me explica cómo son los extraterrestres y no logró decidir si está loco o alguna droga lo tiene así, pero en realidad parece inofensivo. Además hacer un amigo, aunque sea un lunático, es mejor que nada. Le sonrió y trato de concentrarme en lo que dice.

Cuando termina su historia le digo que yo de extraterrestres nada. A cambio le cuento que lo más bizarro que he vivido en la vida ha sido la plática que me dio mi padre sobre la pornografía, el amor y el sexo. ¿Tu papá? Sí. Resulta que poco antes de venir al DF, mi mamá hizo inspección de rutina en mi habitación aprovechando que yo estaba en el colegio.

Como no encontraba nada para incriminarme le pidió a mi hermano mayor que revisara la computadora y de inmediato hallaron unos vídeos porno. No eran películas completas sino pequeños vídeos de 3 ó 4 minutos. Además, eran de lo más light. O sea, parejas hombre-mujer que se hacían sexo oral y penetración, pero nada de pinzas, azotes ni cosas raras.

Pues nada, que eso fue suficiente para que se desatara el infierno en casa. Mamá gritaba maldiciones, mi hermano sonreía divertido, papá hablaba con seriedad, tratando de parecer más duro de lo que realmente es, y yo estaba en shock porque pensaba que habían descubierto mi vídeo con los chicos del colegio. Cuando comprendí que todo el rollo era por esos vídeos tan ñoños me dio un ataque de risa que acabó con la paciencia de mamá y en lo que te lo cuento terminé viviendo en una pensión de la Ciudad de México. Muy lejos de casa.

El flaco tiene la boca abierta y yo no sé que más decir. Hay un silencio incómodo.  Sus ovnis ya no son tan importantes. Se aclara la garganta y pregunta tartamudeando qué es eso del vídeo con los chicos del colegio. De esa historia no hay mucho que decir, así que sólo le cuento que un día de vagancia con los chicos se nos ocurrió que podíamos hacer una fortuna grabando vídeos porno. Hicimos sólo uno. Tres chicos y yo. Actuamos copiando lo que veíamos en internet. La grabación quedó muy chula pero del dinero no hubo nada y yo seguía tan pobre como aquel día.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Tengo miedo

Los chicos se han quedado en la playa. Yo voy manejando la pequeña carretera municipal porque mamá me va a matar si no llego a casa. Voy despacio, es de noche, el camino está vacío y oscuro. Después de una curva los faros iluminan los cuerpos de dos hombres tirados en medio de la carretera. Parece que están heridos. Me detengo dispuesta a bajar a ayudarlos. Tengo miedo. Lo pienso mejor y decido irme de ahí porque siento que algo no está bien. Paso junto a ellos. Veo sombras en el espejo retrovisor. Me detengo y las luces rojas de los frenos iluminan a los dos hombres levantándose. Uno de ellos trae un martillo. Presiono el acelerador y me voy a toda prisa de ahí. Es la mierda mas asustadiza que me ha pasado en la vida.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Te ves hermosa!


Las llaves

Voy caminando al departamento después del gimnasio. Justo al llegar al edificio me encuentro a uno de los vecinos. Tiene cara de angustia. Sus llaves calleron a la alcantarilla y no logra sacarlas. Estoy cansadísima pero me ofrezco a ayudarle.

Él levanta la pesada tapa metálica y yo ilumino el fondo de la alcantarilla con la linterna de mi teléfono. Las llaves están en el fondo, junto a la basura y el lodo. Huele horrible. El espacio es reducido pero creo que si me inclino lo suficiente podré alcanzarlas. No lo consigo.

El vecino dice que si me sostiene por las piernas mientras meto la cabeza a la alcantarilla con los brazos por delante podré alcanzarlas. La gente se empieza a acercar para ver qué pasa. Otro señor se ofrece a ayudar y entre los dos, el vecino y él, me sostienen por las piernas.

Suspendida en el aire me bajan dentro de la alcantarilla. En una mano llevo la linterna y con la otra alcanzo el llavero. La blusa se ma ha ido hasta el cuello, pero tengo un top de ejercicio que me cubre los senos. Cuando me suben el culo me queda en la cara del vecino y mi cara en la entrepierna del desconocido. Tengo que maniobrar para poder quedar en pie otra vez. El vecino me agradece infinitamente. Me despido porque la gente empieza a aplaudir y me siento muy apenada.

Dos días después me encuentro nuevamente al vecino. Me cuenta ese día llevaba más de una hora sin poder entrar a su casa y que nadie le había ofrecido ayuda. A todos sus amigos les ha platicado lo que hice para recuperar sus llaves. Me pregunta si puede tomarme una foto con su teléfono porque nadie le cree que una chica linda se metió al drenaje por sus llaves.

martes, 10 de septiembre de 2013

Soy feliz

T. se queda amodorrada después del orgasmo. Salgo de entre sus piernas y me acuesto junto a ella. Me abraza, acomoda su cabeza en mis senos y cruza su pierna sobre mi cuerpo desnudo. En menos de dos minutos se queda dormida. Su cabello hace cosquillas en mi nariz. Con mi mano libre cojo el teléfono móvil y leo Twitter. Después de casi una hora despierta retorciéndose. Estoy algo entumida pero me río porque se ve muy linda. '¿Te lastimé? Lo siento, me quedé dormida.' No, no, para nada. Ven. Con mi brazo bajo su cabeza, la acomodo sobre mi pecho y empiezo a hacerle piojito en la cabeza. Se queda dormida de nuevo.

lunes, 9 de septiembre de 2013

El amor es así


Preciosa

Lo conocí por el anuncio que puse en la página de contactos. Era casado pero no me importó porque en realidad yo no buscaba nada serio. Intercambiamos algunos mensajes pero no concretábamos nada. Esa noche estaba tumbada en la cama cuando me acordé de él. Le llamé y le di mi dirección. Unos veinte minutos después sonó el timbre del apartamento. Bajé las escaleras para abrirle la puerta y nos saludamos sin decir mucho. Subimos hasta el apartamento en silencio. Era tímido y yo me sentía un poco insegura. Pensé que esto sería más fácil. Le ofrecí un vaso de vodka y nos sentamos en silencio a ver la película que daban en el canal Once. Saqué un porrito pero antes de encenderlo se lo mostré para ver si quería y con la mano me dijo que no. Lo encendí y le di unos cuantos toques. En la tele pusieron comerciales y nosotros nos miramos sin decir nada. Con la palma de la mano dio unos golpecitos al sillón como diciendo ven, siéntate aquí. En lugar de sentarme a su lado me monté sobre su regazo, mirándolo de frente. Me jaló de la cadera para darme un beso que recibí con pasión. Puso ambas manos en los costados de mi cabeza y me alejó para ver mejor mi rostro. 'Preciosa', dijo y me acercó nuevamente para seguir besándome.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Amigos por siempre

Conocí a un tipo súper atractivo, que me tenía loca y por quien habría lamido el suelo que pisaba hasta dejarlo completamente limpio si ese fuera su deseo. Nos hicimos buenos amigos y aunque él tenía novia coqueteaba conmigo pero también con todas las chicas que conocía. No lo culpo. Era su naturaleza, se sabía atractivo y no lo podía evitar.

Su noviazgo iba en picada y cada vez pasaba más tiempo conmigo. Cuando peleaba muy fuerte con su novia se refugiaba en mi apartamento y hablábamos por horas. Algunas veces se quedaba a dormir conmigo, pero no teníamos sexo, sólo nos abrazábamos hasta quedarnos dormidos.

Algunas veces salí con él, su novia y otros amigos, pero lo normal era que cuando yo andaba de fiesta él me llamaba para verme después de dejarla a ella en su casa. Cuando no estábamos juntos nos texteábamos todo el tiempo.

Una noche que estuvo tomando mucho me besó y terminamos en la cama. Al día siguiente él tenía la idea de que los dos nos habíamos emborrachado, pero la verdad es que yo no había tomado ni una gota de alcohol. La siguiente vez que se quedó a dormir conmigo tuvimos sexo nuevamente pero esta vez por iniciativa mía.

Cuando por fin terminó con su novia pensé que ya no era necesario pretender que solamente éramos amigos y que podríamos tener una relación totalmente abierta. El día de su cumpleaños fuimos a cenar con sus amigos. Llevaba ropa oscura y se veía más hermoso que nunca. Veía sus manos grandes y no dejaba de pensar en tener sus dedos dentro de mí. Cuando tuve la oportunidad lo abracé y lo besé delante de todos. Él puso cara de no entender lo que pasaba y entre risas me preguntó si estaba ebria. Todos rieron a carcajadas. Me sentía totalmente humillada y temblaba de coraje, pero guardé la compostura y no hice drama.

Más tarde me explicó que acababa de terminar una relación y dijo que todavía no se sentía listo para empezar otra. Usó el clásico “te quiero mucho y no quiero perderte”. Finalmente me convenció de que había que dejar que el tiempo pusiera las cosas en su lugar y cuando me vio más tranquila y sonriente dijo que quería su regalo de cumpleaños en la cama... protesté, pero tenía esa manera tan linda de pedir las cosas que no pude negarme.

Después de varios meses logró “aclarar sus sentimientos” y empezó a salir con otra chica a la que hizo su novia en menos de lo que se los estoy contando. Yo me quería morir. Tuvimos una discusión que duró hasta la madrugada y en la que no sé qué artimañas utilizó para convencerme de que yo era lo que más quería en la vida, pero prefería tenerme como amiga porque él no servía para el amor y no quería perderme.

Le hice prometer que a partir de ese momento seríamos los mejores amigos y que por ningún motivo habría más sexo entre nosotros. Él estuvo de acuerdo y para festejar la reconciliación esa misma noche terminamos juntos en la cama jurando que sería la última, pero desde entonces no se volvió a hablar del asunto y me entregué a él sin protestar.

Meses después se fue a vivir al norte del país para hacerse cargo del negocio de la familia y, aunque seguimos en contacto y nos seguimos queriendo mucho, no voy a negar que sufrí y lloré por él. No me arrepiento de nada. Creo que valió la pena, porque pocos hombres me han hecho sentir como lo hacía él. Ahora nuestra relación es de absoluta amistad... a menos que él diga lo contrario, claro.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Celos

Era un celoso y controlador. Llegaba de sorpresa al colegio y hacía bronca a mis amigos. Creía que yo coqueteaba con todos. Cuando estábamos solos me olía para “detectar” si me había acostado con algún otro hombre. Una vez le propuse que intentáramos algo nuevo en la cama y se puso furioso pensando que ya lo había hecho con alguien más. Sospechaba de todo el mundo, pero sobre todo de mí. No importaba lo que hiciera, él nunca se sentía lo suficientemente seguro.

A escondidas empecé a chatear con alguien del colegio y nos hicimos muy buenos amigos. No. No era infiel. Éramos sólo amigos y me hacía sentir bien poder hablar con alguien más a parte de mi novio. Sobre todo porque eran pláticas relajadas y divertidas, donde no tenía que aparentar ni hacerme pasar por tonta. Eso sí, tuve que explicarle que tenía un novio muy celoso y que debíamos mantener nuestra amistad en secreto.

Una noche, mientras estaba dormida, llegó un mensaje de texto a mi teléfono y mi novio lo leyó. Era el chico del chat con un mensaje de lo más inocente. “Hasta mañana, guapa!”. Suficiente para que enloqueciera.

¿Quién es? ¡Lo voy a matar! Maldita puta. Te mato si me entero que te acostaste con él.

Me quedé en silencio. Tanta rabia me llenó de terror. Le pregunté si me podía ir a casa. Fue peor. 

¿Quieres ir a acostarte con él? Vete, maldita. Andas por ahí con cara de inocente y el culo apretado pero lo que eres es una puta. ¿Disfrutas haciéndome daño? ¿Es eso?

En fin, que todo lo malo que pasaba en el universo era culpa mía.

Esa noche se quebró todo. Ya no sentía amor por él. Ni siquiera sentía culpabilidad o lástima. Lo vi en su dimensión real. Ególatra, machista, hijo de puta.

Salí de ahí con calma y sin decir una sola palabra más. Le llamé al chico del chat y le dije que le tenía una sorpresa. Manejé hasta su casa. Me metí a la cama con él y tuvimos sexo por más de cuatro horas.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Espiral interminable

Era un viaje asombroso. No es fácil describir las cosas que experimentas cuando ingieres más de 3 gramos de hongos alucinógenos, mi cuerpo y mi mente se habían separado de tal manera que la realidad era totalmente diferente a cualquier cosa que conociera o hubiera vivido antes. Los objetos cobraban vida y parecían estar hechos de materiales que se expandían con colores vibrantes y llamativos.
Estos viajes suelen relajarme y ponerme alegre, pero esta vez los objetos a mi alrededor empezaron a llenar mi cabeza con ideas y conceptos nuevos que se agrupaban uno tras otro como en una competencia y yo los repetía en voz alta como cotorra.
Las cosas se empezaron a complicar cuando mis pensamientos derivaron en ideas más profundas sobre quien soy y qué hago aquí. Cuestioné mi propia moral, mi promiscuidad y de paso mi personalidad manipuladora que siempre consigue que la gente haga lo que yo quiero. Conté mis más terribles secretos. Cosas que nadie debería saber de mí. El viaje maravilloso empezaba a ponerse oscuro y triste.
Cuestioné el significado de la vida en general e inevitablemente llegué a la conclusión de que la vida no tiene sentido y que los seres humanos no aportamos valor a la armonía del universo y por eso somos prácticamente nada. En una espiral interminable empecé a repetir las mismas preguntas una y otra vez con críticas a mí misma por no vivir una vida más feliz, haciendo las cosas que me gustan y dejando que los demás vivieran su vida como quisieran.
Mi amiga, que estaba sobria, tuvo la inteligencia suficiente para escucharme sin contradecirme, darme de beber mucha agua y esperar a que pasara el efecto de la droga.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Creo que me estoy enamorando de T.

Empiezo a besarla despacio aunque por momentos no logro controlarme y los besos se vuelven más apasionados y húmedos. Aprovechando que tiene los ojos cerrados me alejo de ella para que sus labios me busquen. Le doy pequeños mordiscos en los labios y acaricio su lengua con la mía. Ella imita mis movimientos. Eso me gusta. Mis manos acarician su cabello y su mejilla. Me abraza y acaricia mi espalda.

Sus manos bajan hacia mi cintura y la beso con más pasión intentando decirle que siga por ese camino pero se detiene. No sé si le gusta provocarme o no quiere tomar la iniciativa. Mi deseo se incrementa. Llevamos días tonteando con palabras tiernas, besos y caricias. La tensión sexual está a tope. No he querido apresurar las cosas, pero muero hacerla feliz.

Pongo las manos en su torso y con los pulgares rozo los costados de sus senos. En cada movimiento voy avanzando un poquito más hacia el centro de su pecho. Ella entiende el mensaje. Sabe que tengo fijación por los senos grandes, se lo dije aquél sábado en el zócalo. Se acomoda y pone sus brazos sobre mis hombros para dejarme el camino libre hacia sus senos. Meto las manos debajo de su blusa y desabrocho su sostén. Después regreso a sus senos por encima de la tela presionándolos ligeramente para sentirlos a plenitud.

El corazón me late a millón y una oleada de adrenalina se apodera de mí. Siento claramente cómo se humedece mi entrepierna. Muerdo muy fuerte sus labios y no paro hasta que dice que le hago daño. Con mi lengua acaricio sus labios heridos. Froto las palmas de mis manos sobre la tela de la blusa y siento como van creciendo sus pezones. Deslizo los pulgares sobre sus pezones duros, una y otra vez. Los besos se hacen más intensos y su respiración agitada me dice que estoy haciendo bien las cosas.

Despego los labios de su boca y empiezo a besar y lamer su cuello. Gime. Bajo hasta su pecho y beso sus senos sobre la tela de la blusa. Los pequeños mordiscos son recibidos con temor. Sabe que me gusta morder y algunas veces no me controlo. Se quita la blusa para dejar sus senos al aire e inmediatamente mis manos van sobre ellos. Mi boca busca uno de sus pezones erguidos y lo empiezo a mordisquear y lamer.

Después de un momento me alejo de ella, la tumbo en la cama y mirándola a los ojos me quito la blusa. Me monto sobre ella y me inclino para acariciar sus senos con los míos. La sensación es indescriptible. Beso nuevamente sus labios y presiono mi pecho sobre el suyo para sentir el calor de su cuerpo. Sus manos recorren mi cuerpo y mis labios el suyo. Aprovecho para frotar mi pubis contra su cuerpo mientras lamo su cuello recorriendo nuevamente la ruta que lleva a su pecho.

Su piel tiene un olor único que llena todos mis sentidos. Juego con sus senos. Mientras a uno lo mordisqueo y acaricio con la lengua al otro lo exprimo con la mano. Mi mano libre avanza en dirección a su entrepierna. Acaricio sus muslos sobre la tela de los jeans y luego froto con firmeza la zona de su vulva para que sienta mis caricias sobre la tela del pantalón.

Mis labios bajan a su abdomen. Mi lengua serpentea sobre su piel dejando una estela de saliva a su paso. Beso a beso recorro su cuerpo infinito. Desabrocho los botones de su pantalón y ella levanta la cadera para ayudarme a deslizarlo por sus piernas. Meto la cabeza entre sus piernas. Mi lengua gira contenta sobre sus muslos. Le doy pequeñas mordidas aquí y allá. Estoy tan cerca de su vulva que puedo sentir que irradia calor y el suave olor de su excitación.

Con los dedos froto sus labios húmedos e hinchados sobre las bragas. Gime. Beso su entrepierna y aspiro profundamente. Sé lo que se siente que alguien te respire en esa zona y me doy cuenta que a ella también le gusta la sensación. Mi lengua recorre de arriba abajo la línea de su vulva. No puedo más.

Le quito las bragas lentamente. Pongo mis manos en sus caderas y beso suavemente los labios superiores de su vulva. Exploro con la lengua los costados de sus labios, lamiendo lentamente de arriba abajo, hasta llegar al centro de su clítoris. La punta de mi lengua lame alrededor y el centro de su clítoris mientas uno de mis dedos se empieza a anunciar en la entrada de su vagina, humedeciéndose poco a poco cada vez que entra y sale. Me concentro en succionar su clítoris como si fuera una fruta muy jugosa.

Pongo atención al leguaje de su cuerpo, relacionando los movimientos de mi lengua y dedo a su respiración y movimientos de cadera. Intercalo lamidas y succiones. ¿Qué le gusta más? Un segundo dedo se desliza fácilmente por el canal de la vagina. Los meto tan adentro como sea posible y con las yemas hago presión sobre la pared superior. Beso, succiono y lamo su clítoris con pasión. Lo hago como me gusta que me hagan y me excita imaginar que siente lo mismo que yo siento. Los gemidos se hacen más intensos anunciando un potente orgasmo que llega acompañado de un torrente líquido que me empapa el rostro.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Gitana

LLegan una señora y sus tres hijos a la pizzería. Quieren la misma pizza que pidieron la última vez pero no recuerdan cuál es y no la encuentran en el menú. Hago unas de preguntas y les digo que debe ser la Gitana o la de papa, porque son las únicas que llevan pepperoni. Los niños empiezan con la cantaleta de es esta... no, no, es la otra... que no, que es esta. Se dan empujones y discuten a gritos. Le digo a la señora que me de cinco minutos.

Voy a la cocina y le pido al chef que prepare porciones individuales de cada una. Cuando las tiene listas las llevo a la mesa y les digo que son cortesía de la casa, para que puedan decidir. Las devoran con ansias y empiezan a discutir otra vez. Me gusta más esta... no, no, la otra está deliciosa... que no, que la mejor es esta. El más pequeño es el peor. Finalmente se deciden por la Gitana tamaño familiar. La señora hace esfuerzos inútiles para controlar a sus adorables criaturas. Paso la orden a la cocina y le pido al chef que se de prisa porque los niños de esa mesa son unos demonios. ¡Están corriendo por todo el lugar!

Cuando por fin está lista la llevo a la mesa. La señora pone el grito en el cielo. La pizza tiene jalapeño. Señora, la pizza Gitana lleva Jamón, pepperoni, jitomate y jalapeño, tal como venía en las muestras que le traje antes. La señora enloquece y pide hablar con el gerente. Sus hijos no comen picante. Con el gerente me acusa de ser altanera y de haber confundido la orden... dice que ella pidió la pizza de papa. El gerente me regaña delante de todo el mundo. Ordena que le entreguen una pizza de papa gratis. Contengo las lágrimas para que no me vean llorar.

Cuando la nueva pizza está lista la señora la pide en paquete para llevar porque sus hijitos se comieron la Gitana y ya no tienen estómago para más. Se fueron sin dejar propina.

martes, 3 de septiembre de 2013

Nueva en el trabajo

-Vas a empezar con algo sencillo. -dijo mi nuevo jefe. -Cada semana irás a la oficina de nuestro cliente más importante a recoger su papelería fiscal.

Esto será fácil. -pensé. Llevaba días buscando un trabajo de medio tiempo y este parecía ser el ideal. Acababa de mudarme al apartamento de Floramia y mis padres dejaron de enviar dinero para presionarme a regresar a casa. Cuando llegué a la oficina del cliente una secretaria muy amable me entregó los papeles. Ya podía regresar a mi trabajo, pero quise aprovechar para hacer la cortesía de presentarme con el cliente. Era nueva en la ciudad y necesitaba toda clase de amigos.

Asomé la cabeza en su despacho y lo vi hablando por teléfono. Era un hombre alto, de edad avanzada y con el pelo canoso. Me hizo señas con una mano para que entrara y cerrara la puerta. Cortó la llamada. Me saludó con un beso en la mejilla, como si me conociera de toda la vida y dijo "Que sea rápido porque tengo mucho trabajo.". Se desabrochó la bragueta y se sentó en su cómodo sillón con el miembro al aire. Me quedé helada. Me había confundido con alguien más. ¿Qué podía hacer?

Me hinqué frente a él y empecé a contar. Siempre que hago un oral cuento las chupadas. Sé que la mayoría de los hombres termina entre la chupada cien y la ciento cincuenta.

Cuando terminó, se acomodó la ropa y sacó de la cartera uno de $500.00. Me dio el billete con un "Vaya, veo que has mejorado. No te olvides de venir la próxima semana." Iba a comentar que había utilizado la técnica que me enseñó Pirli, pero regresó a sus papeles y se olvidó de mí.

No he podido decirle que no soy quien él cree porque me da mucha vergüenza. Regreso a su oficina cada semana, su secretaria me entrega los papeles, entro a su despacho, le hago un oral y salgo de ahí con $500.00 en la bolsa. Nada mal para un trabajo de mensajera.




lunes, 2 de septiembre de 2013

Pizza de peperoni

Cuando le entrego el cambio pregunto si necesita recibo fiscal. ‘Sólo si trae escrito tu número de teléfono’. Me pongo nerviosa. Sonrío coqueta y me alejo de ahí a toda prisa. Desde la cocina lo veo salir de la pizzería. Es un hombre delgado, usa ropa elegante y peinado impecable. Se ve mayor. Debe tener unos cincuenta años. Nada mal. La siguiente noche regresa al restaurante. Reviso su comanda anterior. Espero que elija una mesa y voy a atenderlo. ¿Pizza de pepperoni a la leña y tinto? Sus ojos profundos me indican que recibió mi mensaje: ¡Sé lo que te gusta! Sonríe satisfecho. Cuando termina de cenar pide la cuenta. La pizza ni la tocó. Sólo tomó vino. Le llevo la nota. La revisa. Me mira con decepción. Deja un billete en la mesa. ‘El cambio es tuyo’. Cuando sale arruga la nota y la tira a la basura. Demonios. El fin de semana regresa. Voy a su mesa. ¿Pizza de pepperoni y tinto? ‘No. Sólo tinto’. Su loción huele genial. A los 20 minutos pide otra copa de tinto y la cuenta. Dejo el recibo en su mesa con mi nombre y mi número de teléfono escrito en la parte superior. Me alejo de ahí moviendo las caderas. Hace tiempo aprendí que el lenguaje más importante de una mujer está en sus caderas. Llego a mi apartamento pasadas las dos de la mañana. Estoy exhausta. Suena el teléfono. Es él. ‘Quiero verte’. ¿A esta hora? Es muy tarde. ‘Ven a mi hotel’. Es peligroso salir sola a esta hora. ‘Voy a buscarte’. Ok. Ven. Le doy mi dirección. Una hora después me llama desde el taxi. Está afuera del edificio. Le digo que suba. Traigo puesto un pijama pequeñito que sé que le gustará. Al entrar me abraza muy fuerte y me muerde el cuello. Sonrío. Esto va a estar bueno. En ese momento me doy cuenta que no sé su nombre. ¿Cómo te llamas? No contesta. Me mira en silencio. Un segundo después tira de mi cabello. Me gira. Me inclina sobre el respaldo del sofá. Pero qué demonios... Arranca el pantaloncillo de mi pijama. Me azota el trasero con la palma de la mano derecha. Ahora con la izquierda. Una y otra vez. Tengo las nalgas al rojo vivo. Tengo miedo. No me muevo ni me resisto. Cierro los ojos. Pienso en T. La extraño. La extraño mucho. Si voy a morir quiero que sea con su imagen en mi mente. No puedo detener las lágrimas. Dos días después regresa al restaurante. Elige una mesa y voy a atenderlo. Todavía me duele el trasero. ¿Pizza de pepperoni? Sus ojos profundos me indican que está contento conmigo. Aún no sé su nombre.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Maldición, que puto frío

La clase de periodismo gráfico es hasta la tarde. Apenas es mediodía y hace un frío de los mil demonios. No tengo nada que hacer hasta las 6. Voy al lugar apartado entre los edificios de la facultad donde siempre están los rechaz, los que viven al margen porque no les gusta socializar con otros entes. Van ahí entre clases a jugar pelota y fumar hierba. Algunas veces llegan parejitas a coger escondidos entre los árboles, pero nadie se mete con ellos. Encuentro a Juan. Lo saludo y antes de lo que se los estoy contando me enciende un porrito. Maldición, que puto frío. Descubrí ese lugar gracias a Floramia. Al principio me daba un poco de corte que me vieran con ellos, pero ahora es donde más cómoda me siento. El flaco con rastas que está junto a mí nos avisa que algo pasa y señala hacia un edificio. Un idiota está tomándonos fotos. El flaco se levanta, se saca el miembro del pantalón y lo hace girar moviendo las caderas. Reímos a carcajadas. Algunos gritan improperios hasta que el tipo de la cámara se va. Me acuesto en el pasto y busco calor abrazando al chico que está junto a mí. El día está gris. Gris triste. Los demás hablan de cosas que no entiendo pero sus voces me arrullan. Juan me despierta. Me pregunta si quiero ir con él a comprar algo de comer. También tengo hambre. Vamos. Camino tras él hasta el estacionamiento y nos vamos en su auto. Enciende otro porro y me ofrece un jale. No debería porque ya estoy bien ahumada, pero qué más da. Abro la ventanilla para que entre un poco de aire fresco y salga un poco de humo. Nos detenemos en un semáforo. El policía del crucero se nos queda viendo. Juan hace contacto visual con él. Lo piensa unos segundos y mueve su gordo trasero hacia nosotros. Paranoia. Apago el porro con saliva y lo escondo en mi abrigo. El humo… Dios mío. A prisión otra vez. Mamá me va a matar. El oficial golpea la puerta con los nudillos. El corazón me late en la garganta. Juan abre un poco la ventana. “El cinturón de seguridad es obligatorio. Úsenlo.”. Sí, oficial. Clic, clic. Luz verde. Avanzamos a velocidad moderada para no levantar sospechas. Llegamos a una estación de servicio. Mientras Juan carga combustible yo voy al baño. Me siento en el retrete y enciendo lo que queda del porro. Apenas da para dos o tres toques más. Pienso en T. Las cosas con ella no han estado bien últimamente. Cuando se acaba el porrito tiro la colilla al piso y la apago con el pie. Intento salir del baño pero la puerta está atorada. Empujo fuerte pero no cede. Una patada, dos. Nada. ¡Auxilio! Estoy atrapada. Un empleado de la estación asoma la cabeza. “La puerta abre hacia adentro, señorita.”.  Oooh. Paso a la tienda por sándwiches y café. La cajera se queda sin cambio y se tarda una eternidad en conseguirlo. Juan toca el claxon. Es hora de regresar a la universidad. Soy la última en llegar a clase. El profe dice con sarcasmo “Vaya, te estábamos esperando.”, apaga las luces y enciende el proyector. Se ilumina la sala y veo en la pared la imagen del flaco con rastas sacudiendo el miembro junto a mi cara sonriente. “Hoy vamos a hablar sobre la importancia de estar preparados para captar imágenes en el momento perfecto.”.